 Se levantó confundido. Fue al baño y ahí comprendió que no podría dormir en toda la noche. Se vistió, fue a su escritorio y puso música. Eligió Mahler. El gato, amante de Mahler, se le subió a la falda y él lo acarició distraído. Tenía en la mano la taza de café, había dejado un libro a medio leer. En el Vals distorsionado tomó nota de cada paso posible de los bailarines para una nueva coreografía futura, cuando se dio cuenta, en medio de un fugaz estremecimiento, de que su gato había muerto hace años. Entonces se desvaneció en la música, otra vez, casi bailando.
Se levantó confundido. Fue al baño y ahí comprendió que no podría dormir en toda la noche. Se vistió, fue a su escritorio y puso música. Eligió Mahler. El gato, amante de Mahler, se le subió a la falda y él lo acarició distraído. Tenía en la mano la taza de café, había dejado un libro a medio leer. En el Vals distorsionado tomó nota de cada paso posible de los bailarines para una nueva coreografía futura, cuando se dio cuenta, en medio de un fugaz estremecimiento, de que su gato había muerto hace años. Entonces se desvaneció en la música, otra vez, casi bailando.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Noche confusa – Héctor Ranea
 Se levantó confundido. Fue al baño y ahí comprendió que no podría dormir en toda la noche. Se vistió, fue a su escritorio y puso música. Eligió Mahler. El gato, amante de Mahler, se le subió a la falda y él lo acarició distraído. Tenía en la mano la taza de café, había dejado un libro a medio leer. En el Vals distorsionado tomó nota de cada paso posible de los bailarines para una nueva coreografía futura, cuando se dio cuenta, en medio de un fugaz estremecimiento, de que su gato había muerto hace años. Entonces se desvaneció en la música, otra vez, casi bailando.
Se levantó confundido. Fue al baño y ahí comprendió que no podría dormir en toda la noche. Se vistió, fue a su escritorio y puso música. Eligió Mahler. El gato, amante de Mahler, se le subió a la falda y él lo acarició distraído. Tenía en la mano la taza de café, había dejado un libro a medio leer. En el Vals distorsionado tomó nota de cada paso posible de los bailarines para una nueva coreografía futura, cuando se dio cuenta, en medio de un fugaz estremecimiento, de que su gato había muerto hace años. Entonces se desvaneció en la música, otra vez, casi bailando.
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Muy bueno.Felicitaciones, Héctor.
ResponderEliminarMaravillosamente logrado Héctor
ResponderEliminarGracias mil, María, Patricia.
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