jueves, 9 de junio de 2011

Los extraños – Patricia Nasello


Una vez más oí la información que los medios vociferaban: SE ESPERA INVASIÓN POR AIRE.
‘Con los extraños llegando en sus naves como huevos dentro de un pájaro’ pensé burlona, sonriendo, porque no confiaba en esas informaciones alarmistas.
La explosión me obligó a voltear hacia la ventana.
Sólo se veía una nube de polvo. Y el ruido continuaba, ensordecedor, como un derrumbe, como si miles de piedras rodaran entrechocándose. Mi impresión fue que el planeta entero trepidaba. Luego de un tiempo que pasé doblada en dos, de rodillas, tosiendo mi ahogo e intentando protegerme los ojos contra la tela de algodón que me cubría el brazo, un tiempo agónico en el que le sobró tierra al aire; luego, medianamente calmado el espantoso ardor bajo los párpados, logré mirar y comprender: los árboles habían desenterrado sus raíces y caminaban sobre ellas. El horror había agudizado mi instinto y supe que ese caos, cuyo epicentro quizá había sido mi cuadra, se extendía a lo largo y a lo ancho del mundo como la lava de un volcán, como una plaga mortal e instantánea. Un nuevo ruido sucedió al anterior, la suma del grito, y el aullido, y el graznido espantado de hombres y animales. A ese ruido de acá se le sumaba el de lejos, el estremecimiento de montañas, bosques, montes.
Pronto quedó claro que el hecho, antinatural y peligroso, obedecía a una inteligencia adversa a nuestros intereses. En cuestión de minutos no quedó un auto, un colectivo, que los árboles no hubiesen dado vuelta atropellándolos. La gente que estaba en la calle procuró guarecerse de su embestida sin éxito. Las veredas, el pavimento, destrozados. Afuera era el lugar de ellos, extraños a los que la policía absurdamente tiroteaba, sumando mas muertos a la muerte.

El ejército se despliega tan pronto como puede y ataca con bombas incendiarias, los extraños se dejan caer sobre el piso, ruedan, a menudo logran apagar las llamas pero cuando se intuyen perdidos, se tiran a morir contra las casas. La cuidad arde, el mundo arde y aún tengo la suerte de que a esta pieza no haya llegado el fuego. Un hombre agoniza bajo mi ventana, sé que es una imprudencia pero tomo la manija y abro. Él alcanza a observar que lo miro y murmura ‘estaban plantados’.
‘Cómo llegaron sus semillas, cómo infectaron a los nuestros’ pregunto llorando histéricamente frente a unos ojos de los que la vida escapa.
Cierto extraño que no ha sido alcanzado por el fuego se encamina derecho a mí, es un cedro azul, igual al que mi padre plantó hace cuarenta años en la casa donde fueron la niñez y las risas, en otra casa. El recuerdo bueno me serena. Antes de que el cristal que nos separa, y con el que vanamente intento protegerme, estalle con su golpe descomunal, en honor a aquellos tiempos y a todas las maravillas que podrían haber sucedido si la vida hubiese continuado, alcanzo a hacer el gesto de enviarle un beso.

3 comentarios:

  1. Como el título de dos de mis fotografías... Rebelión Natural.
    Gran relato apocalíptico.

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  2. Ah, la venganza vegetal...
    Muy bueno, Patricia.
    Abrazo

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  3. Muchas gracias Cybr.
    Otra coincidencia!!!
    Beso grandote

    Me enorgullece agradarte, Moni
    Besos

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