martes, 31 de mayo de 2011

Mi primera lección de ski – Gabriela Baade


Mi primer viaje de ski. A los sesenta y ocho años me había decidido a aprender. Me atemorizaban un poco mi avanzada edad y la osteoporosis que ya había pulverizado varios de mis huesos. Pero cuando mi amigo de toda la vida, Marcos Elpigio González, me lo propuso, tardé diez segundos en acceder.
Me compré la ropa adecuada, preparé la valija, el bolso de mano, el baúl con los medicamentos y algo de comida, y abordamos el avión hacia San Martín de los Andes, después de pagar unos pesos por exceso de equipaje.
Casi llegando a nuestro destino el avión comenzó con a bambolearse y un humo negro salió de las turbinas. La cordillera, imponente, se nos acercaba demasiado.
Fue un terrible accidente en el cual todos sobrevivimos, pero nos dispersamos.
Buscando entre los restos de la aeronave encontré el baúl con los alimentos y remedios, le pedí a Marcos que lo cargara mientras yo seleccionaba ropa de abrigo.
Marcos y yo admiramos el volcán Lanín en todo su esplendor y fuimos hacia su encuentro. A los cinco minutos Marcos se desmayó por el esfuerzo de cargar el baulote, así que lo disculpé de semejante tarea. Sólo llevamos un par de medicamentos, un paquete de fideos, un sobre de sopa y una botella de agua.
Marcos tenía frío y yo estaba en la gloria, ya que desde la menopausia seguía con los calores.
―Marquitos, querido ―dije con tono maternal―, ya casi llegamos al volcán, ahí vas a tener calorcito, casi casi como un tiro balanceado.
―¿Y cómo mierda vamos a escalar el volcán, me querés decir vieja del orto? No sé por qué carajo se me ocurrió traer a esta bruja.
Entonces se me ocurrió una idea brillante: clavé unos tallarines en las suelas de las botas y lo mandé a Marcos a buscar resina para no patinar en la subida. Él buscó durante horas entre los coihues y colihues pero no encontró nada. Decidió que un desodorante en aerosol podía servir, y no me animé a contrariarlo.
Tardamos ocho minutos exactos en llegar a la cumbre perforada. Al llegar al bordecito palidecí de pánico. Marcos al ver mi cara dijo:
―Hacé cuña y bajá derecho.
Tomé velocidad de bólido supersónico y me zambullí en la lava con un triple mortal. Sufrí quemaduras de tercer grado, promovidas a cuarto. Menos mal que había llevado el pancután.
Cuando Marcos me vio nadar en la lavita al estilo Esther Williams, decidió bajar en espiral, uno de los mejores métodos anticonceptivos. Al llegar a mi lado se sacó el echarpe y como yo estaba acalorada le dije:
―Mirá, acá hace mucho calor así que yo duermo con la ventana abierta.
Nos dormimos finalmente arrullados por mis ronquidos y los blub blub de la lava.
A la mañana siguiente comenzamos a sentir una presión uniforme en nuestros cuerpos y a lo lejos una vocecita: "Viejo, viejo, cazá el bolso y llamá un taxi, ya viene, son cada tres minutos".
Nos preparamos para el período expulsivo.
―Voy primero porque sé como es esto ―dije.
―Si, vos sabrás, pero yo quiero asomar antes.
Finalmente dejamos de disentir y nos alineamos en el canal de parto volcánico. Al sonar de un PLUF salimos expulsados.
Así fue como la madre tierra que nos parió nos tuvo, obviamente llorábamos emocionados.

http://grupoheliconia.blogspot.com/2011/03/gabriela-baade.html

4 comentarios:

  1. Gabriela, ¿y cómo fue la segunda? ¿Nos lo contarás otro día?
    Me gustó, me divirtió. ¡Muy bueno!

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  2. Hola Gabriela, muy atrapador tu cuento. Un saludo grande.
    Neli :)

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  3. Hola Gabriela, muy atrapador tu cuento. Un saludo grande.
    Neli :)

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