martes, 20 de septiembre de 2011

Secreto de confesión - Fernando Puga


Papá suele estar muy ocupado. Sobre todo con la pila de mensajes que se amontonan en su escritorio día tras día. Una tarde de domingo en que lo noté relajado y dispuesto a conversar, aproveché para hacerle la pregunta:
—Señor mío, digame: ¿cómo fue que creó este mundo nuestro?
—No sé cómo lo hice. Fue de casualidad— contestó distraído.
—¿Y eso de que tardó seis días, que primero fue la luz y todo lo demás, y que al séptimo descansó?
—¡Eso no es cierto!. Se me ocurrió después para que mis colegas no me pidieran más explicaciones. Viste que existen muchas fórmulas que pretenden tener la precisa y yo, si pretendía callar las otras voces, tenía que inventarme una para convencer a todos de que ésa es la única válida. La prueba sería que yo lo conseguí.
—Pero entonces… ¿cómo fue?— exclamé sorprendido.
—Voy a confesarte la verdad. No tengo idea de cómo pude lograrlo. Yo sólo descansaba en medio del jardín de los cielos, balanceándome perezosamente sobre la hermosa hamaca paraguaya que me regaló Tupá, y de repente se me dio por parpadear. Ipso facto el mundo estaba ahí, delante de mis ojos. Yo creo que fue un milagro. No encuentro otra respuesta. Esto te lo digo a vos porque sos mi hijo, pero no me deschaves.
—Quédese tranquilo, mi dulce Señor, mi boca está sellada. Pero imagino que a pesar de lo azaroso del evento, estará muy conforme con el resultado— dije, orgulloso de mi herencia y queriendo halagarlo.
—No vayas a creer, hijo mío— agregó, fastidiado—. No sabés el trabajo que me da mantenerlo en condiciones. ¿O es que no lo notaste cuando estuviste visitándolo?
Acto seguido, volvió a parpadear.

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