sábado, 10 de septiembre de 2011

La sospecha - Guillermo Vidal


Con sus afilados picos tallaron la piedra e hicieron de las montañas templos, palacios y ciudades —decía el guía turístico.
¿Qué hacia un terrestre inserto en esta cultura extraña?, pensó mientras pasaban a través de las cuadrillas de aviosapiens.
—Se distribuyen en grupos llamados nidos, cada nido se hace cargo de una obra y le puede tomar generaciones completarla —continuó el guis con su perorata seguro repetida cientos de veces.
—¿Podemos bajar? —preguntó un turista ansioso.
—Cuando lleguemos alrededor del mediodía podrán bajar, los aviosapiens se distraen con facilidad con los extraños y no queremos interrumpir el trabajo, así que aprovechen ahora para admirar las bellezas de este mundo después nos esperan para el almuerzo y son muy ruidosos para comer por lo que no tendrán oportunidad de ver nada.
—¿Es cierto que son caníbales?
—Caníbales no, no comen a los de su propia especie, son habladurías —dijo el guía tranquilizando al grupo.
La algarabía y la sorpresa por las maravillas que podían ver ocuparon por completo la atención de los turistas. Él sin embargo permaneció distante y apenas le asombró una construcción ante la cual la muralla china y las pirámides de Egipto empalidecerían.
Era cierto, pensó, las cosas extraordinarias que hacían con esos picos pronunciados y filosos, rasgaban la más dura roca y podían con facilidad limpiarle los huesos en pocos minutos dos de ellos; el guía aseguró que no eran caníbales pero no que no fueran carnívoros de otra especie, que tonterías estoy pensando, se dijo, y decidió seguir mirando con la mala fortuna de cruzarse con un aviar que lo miro, casi podía imaginarlo, como un predador se relame con su almuerzo, ¿no había dicho el guía que los esperaban para almorzar?
—¿Sucede algo malo? —se acercó el guía al verlo tan abstraído.
—No sé, tengo un mal presentimiento,
—Sí, lo entiendo son intimidantes, pero le aseguro — y levanto la mano con la palma abierta para jurar— no corremos ningún peligro.
Casi olvido el episodio el resto del camino, llegaron a destino y casi todos en el ómnibus estaban semidormidos por el largo trayecto y la ayuda de un brebaje nativo muy potente que él se negó a tomar.
—Llegamos, no se muevan todavía —dijo el guía y se abrió el techo del ómnibus dejando entrar un aire fresco que despertó a los viajeros, de inmediato sintieron graznidos en medio de la oscuridad y lo que parecía el sonido de garras frotando el metal.
—¡Hora de almorzar! —dijo el guía y una oleadas de picos rasgo cabezas y la sangre explotó en los asientos y bañó el piso hasta que los gritos dejaron de escucharse. El estaba acurrucado bajo un asiento intacto esperando el picotazo hasta que una mano lo toco.
—¿Qué lío no?, serán sapiens pero no han aprendido a comer —dijo el guía.
—Me aseguró que no corríamos peligro y lo juró.
—Y cumplí, los dos estamos a salvo, usted y yo somos sangre cero negativo, no la digieren bien.
—¿No me van a comer?
—No, pero si quiere conservar la vida tendrá que trabajar de guía.
—Prefiero morir —repitió varias veces antes de perder el conocimiento.
¿Pero quién iba a sospechar que estaba hecho a la medida para este trabajo?, pensó después de varios años de guía, pagan bien, los turistas son dóciles, van adonde los llevan, aceptan lo que les dicen, comen lo que les dan sin chistar, después de un tiempo uno también termina por verlos como ganado; y cada tanto en algún contingente llega un cero negativo.

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