domingo, 1 de mayo de 2011

El hombre que hablaba con los árboles – Mario Berardi


Nunca fuimos capaces de aceptar lo diferente.
Yo, por ejemplo, conocí al hombre que hablaba con los árboles. Sí, sé que es algo de no creer, pero así fue. Y no sólo hablaba, sino que por algún motivo se hacía entender perfectamente. Es decir: los árboles lo entendían y él entendía a los árboles.
Todo comenzó con un desengaño amoroso o la estafa de un amigo, no recuerdo bien. El hombre, poco a poco, se fue alejando de todo contacto humano: evitaba las reuniones, los compromisos, las miradas a los ojos, las palabras. En busca de una soledad imposible, solía andar de madrugada por los rincones más oscuros y taciturnos del parque, musitando sus rencores bajo las ramas añosas. Hasta esa vez en que, en uno de sus vagabundeos habituales, creyó percibir que a cierta palabra suya le seguía el crujido de una rama, el susurro inesperado de las hojas altas, un estremecimiento de raíces bajo los pies. El hombre aprendió el lenguaje de los árboles como se aprende cualquier lenguaje: de un solo golpe.
Al principio, todo fue estupor y amoroso asombro. Los paseos nocturnos se hicieron más frecuentes y extensos, hasta que el hombre llegó a pasar cada noche completa en el parque, lanzándose palabras como caricias con los jacarandáes altos y elegantes, intercambiando piropos casi obscenos con las corpulentas tipas de ramas onduladas, deteniéndose por momentos para escuchar, en cuclillas, los susurros de raíces y los suspiros de flores moribundas.
Con el tiempo, como sucede con todas las cosas, se impuso la ley natural, y el hombre empezó a sentir en carne propia las miserias y maldades que los árboles también tenemos, para qué negarlo: envidiosos, celosos, engreídos, estúpidos, nos hartamos del humano y su cariño, y lo fastidiamos y atacamos como pudimos: arrojando a su paso el aire congestionado de polvos amarillos de plátano, asustándolo con súbitos balanceos de ramas ancianas de ombú, hasta confundiéndolo para que se dejara lastimar por las púas sangrientas de los palos borrachos. Profundamente decepcionado, y temeroso de morir una noche aplastado por una rama dejada caer como al azar por algún paraíso despechado, el hombre prefirió alejarse de nosotros y regresar con los suyos. Entre humanos, al menos, podría predecir de dónde vendrían los golpes. En fin, está en nuestra naturaleza: no aceptamos a los diferentes.


Mario Berardi

6 comentarios:

  1. Maravilloso cuento, Mario. Me emocionó.

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  2. Coincido con Javi, Mario. Me encantó esta exploración de la psicología de estos congéneres silenciosos y solapados con los que compartimos el ecosistema. Y me gustó, en especial, el modo en que te alejaste del bucolismo naïf de las narraciones que suelen abordar el tema.

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  3. impresionante: el hombre volvió al desierto humano...
    coincido con mis predecesores...

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  4. Muy buena descripción de criaturas vivas que no son humanas y poseen percepciones diferentes, aunque -por lo menos en tu historia- intenciones parecidas. Me gustó.

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  5. Gracias por los comentarios.
    Después de meses sin escribir, anoche escribí este cuento, a la madrugada lo envié y hoy al despertarme ya estaba publicado. Lo que se dice un éxito fulminante...

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  6. Pues eso nos hemos perdido durante esos meses, Mario...

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