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lunes, 17 de octubre de 2011
Perdido/encontrado – Héctor Ranea
—¡Ni que lo diga, señora! Justamente, a mí se me trabó una media… y aquí estoy —dijo la mujer con el capote rojo.
—¡Pero no va a comparar! El mío era un brazalete con diamantes.
—¿Se acuerda los quilates? –intervino el dependiente.
—¡Qué me voy a acordar! Me lo había regalado mi marido para la última Navidad.
—Eso fue hace pocos días —terció un pelado que hacía cola, como el resto.
—¡La última que pasamos juntos! Después murió, pobre. El público frente a las ventanillas se quejó con un murmullo.
La del capote, estupefacta, dijo:
—¿Se le trabó el brazalete justo donde a mí se me trabó la media?
—Justo, ¿por?
—Pero ¿cómo hizo? ¿En la escalera mecánica?
—Me habrá trabado mi marido.
—¿El muerto?
—¡El muerto, sí!
—Les recuerdo a todos. Ésta es la oficina de muertos en escaleras mecánicas —dijo el dependiente. Retumbó un murmullo.
Sobre el autor: Héctor Ranea
Objetos perdidos – Sergio Gaut vel Hartman
Recupere su sexualidad, decía el aviso. Fue en ese justo momento que el tipo recordó lo que había dejado olvidado. Salió corriendo, preocupado por la posibilidad de llegar tarde. Y llegó tarde, nomás: se le hizo trizas el corazón al ver a su mujer y a su amante devorando con fruición sus partes íntimas luego de guisarlas.
Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman
Hambre - René Avilés Fabila
Desperté con un apetito atroz e inaplazable; me dirigí a la cocina: el refrigerador estaba vacío; de una alacena obtuve un libro con docenas y docenas de sabrosísimas recetas; de inmediato lo herví en la olla a presión y luego puse la mesa dispuesto a darme un suculento banquete con sus páginas.
Sobre el autor: René Avilés Fabila
Lógica - Rafael Blanco Vázquez
Uno de los esbirros del gran jefe le dijo a su compañero:
—Me gustaría escribir un libro.
—¿Tienes la historia?
—Sería la historia de un tipo que no soporta salir de casa y de otro tipo que no soporta estar en casa. El primero es un intelectual, un reflexivo, un solitario. La gente le da mocos. El segundo es un activo, un tipo que necesita estar haciendo cosas rodeado de gente. La soledad le da acidez. Ambos quisieran ser quien no son, o sea el otro. Pero a su vez no les queda más remedio que estar orgullosos de lo que son. Y en esta dicotomía se les va la vida.
—Mola tu historia. ¿Por qué no la escribes?
—Pues porque soy gángster.
—Ah, claro.
Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez
Camino de la locura - Daniel Fernández
No hay tregua en el camino de la locura, cuando las cuerdas que te sujetan cada vez están más tensas, y los cimientos de la cordura comienzan a temblar. La luz se hace más brillante, pero a impulsos, viene y se va, y cada vez son más largos los ratos a oscuras, y es cuando las manos de la sinrazón se aprovechan, te empujan de un lado a otro. En los pocos momentos de lucidez pides ayuda, pero el mundo está sordo y no atiende a tu llamada de auxilio. Ahora, todo está perdido, y las resbaladizas paredes del pozo ya no te dejarán salir. Nunca.
sábado, 15 de octubre de 2011
Diez - Ricardo Giorno
Los árboles secos, las piedras húmedas, la niebla ocultándole los pies. Una figura —masculina a simple vista— camina por ese aquelarre de horrenda vegetación. Había cubierto sus facciones con la capucha azul de una amplia capa. Y su andar se tornaba incierto. Como si estuviese buscando algo.
De más adelante, le llegó una fetidez que sabía de antemano de qué se trataba: un curso de agua lodosa, burbujeante. Evitó respirar hondo. Sitio impuro, en verdad.
La figura se descubrió, y la mata de sus cabellos grises ondeó con el viento. Las negras cejas se arquearon, y arrugas le cruzaron la frente. La barba blanca se perdía debajo del broche de oro de la capa. Investido de oro y azul, el anciano era consciente de que su apariencia regia contrastaba con lo siniestro del lugar.
Por fin llegó a una de las márgenes del riacho.
Extendió los brazos hacia la noche, y el viento cesó. Una pequeña muestra de mi poder, pensó sonriéndose.
Se plantó ante ese lodo negro. Alzó la voz en una salmodia. Danzaron las manos al ritmo de sus labios.
El barro burbujeó aún más en una zona justo frente al anciano. Se movía como siguiéndole el ritmo a las manos.
La voz chilló en tono monocorde produciendo una melodía hipnotizante. Del barro se elevó una columna que fue transmutando burbujas por chispazos amarillos. La columna giró y se retorció y se retorció cada vez con un chasquido diferente. Para luego aplanarse en el barro como moviéndose por leyes antinaturales.
—¡No te escondas! Ven, ven a mí —dijo el hechicero—. Aparece ya ante mi todopoderosa presencia que te conjura —y tiró del broche de oro de la capa azul.
Al abrirse la capa, una esfera que colgaba sobre su pecho fulguró en amarillo.
Del lodo, ahora emergió una mano huesuda, monstruosa. Luego, una cabeza aún más bestial. Por fin, el resto del cuerpo. Del enorme cuerpo. ¡Un golem, a todas luces!
El golem, sin hundirse, caminó sobre el barro y fue hasta el hechicero y se postró a sus pies.
—Tu llamado me ha despertado —dijo con voz pastosa—. Y aquí estoy.
—Debes hacer un trabajo para mí —la esfera amarilla brillando aún más, se hundió dentro del pecho de la bestial criatura. El anciano cerró la capa y volvió a ajustarse el broche dorado. El otro, sin contestar, permaneció postrado—. ¡Obtén el Grial de estos tiempos! ¡Tráeme la Copa del Mundo!
Entonces el golem, temblando violentamente, disminuyó de tamaño. La piel se le tornó más pálida, aunque no blanca. Se transformó en un muchachito retacón, de exuberante pelo negro y rizado. Su mirada resultaba desafiante.
—Así será —dijo, y partió hacia La Paternal.
Acerca de: Ricardo Giorno
Venganza extraordinaria – Héctor Ranea
Héctor Detroya fuera sepultado o no bajo aludes de palabras, no solía achicarse bajo ningún concepto así que, antes de salir con su corcel salteño fuera de la pila de palabras, anotó con su prov...erbial birome la secuencia con la que apabullaría, a su vez, al famoso prestidigitador peripatético y por añadidura goloso de palabras.
—Me quiere primerear con la palabra ludo cuando cualquiera sabe, escritor o no, que el mismo no es sólo un juego sino también una playa que se llama lido podríamos usarla como juego de cubiertas. Me dice ajedrez y pienso en las ciudades a damero que cubren el territorio de nuestro país así que con ajedrez me quedo con ajetreo ¿y de ahí? ¿Le duele el juego del ludo? Entonces se convence que con tetris me convence de mi ignorancia, pero tetris viene de ser pocero, cosa que en mi pago es altamente redituable, si me pesca el acertijo así que de tetris paso a tétrico que es la condición de oscuridad necesaria en todo agujero que se precie a menos que sea el famoso túnel que ven los que están al muere, si se puede decir eso de los muertos. Me río de waterpolo, sacada, al parecer de un diccionario desvencijado donde a Napoleón le dicen: —Monsieur, parece que perdimos al waterpolo y él cree que perdieron en Waterloo. Incoherencias de las historias. ¿Y qué con truco? Obvio, señor mío: quiero retruco y no siga que blando ancho de espada y de basto. En cuanto al pase inglés, le diría clave española para que tenga y reparta. Ésa no se la esperaba, claro. Más vale que en el juego de la oca no se me trague un sapo y ni qué decir del backgammon, juego de sapos de utilería que saltan al ritmo de los dados como corresponde a los sapos así que le respondo silencio: sapos saltando. En cuanto a poker a la semántica me remito y más no digo para no avivar giles que en el poker, habrá usted de saber, no hay nada peor que hablar antes de jugar la mano. Eso sin contar que también le respondo, pero en privado, por las otras ciento y pico que me tira. No se desafía a un salteño a jugar con las palabras y se sale indemne, escritor o cruzado de Brancaleone.
Acerca de: Héctor Ranea
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