viernes, 12 de agosto de 2011

Los motivos del hijo - Patricia Nasello


En cuanto se ocultaba el sol salíamos de cacería. Las mujeres son bestias tan previsibles que siempre cobrábamos alguna por ronda, así que hasta ahí todo iba bien. Mi problema comenzaba apenas regresábamos cuando mi padre, todavía ahíto de sangre, se ponía a porfiar a los gritos, “los vampiros somos buenos poetas”.
Sus versos abordaban cualquier tema, el atardecer, las calles, los vestidos de las chicas. Versos con los que ostentaba recitándolos en voz alta y encima, aludiendo a ese supuesto plus genético derivado de nuestras costumbres del que sólo él tenía noticias, pretendía que yo también escribiese.
Nunca pude. La definición de las cosas no coordina con mi pensamiento. Por ejemplo, eso que los otros llaman calle, yo lo nombro huida, grito dilatado. O sea que para que pudiesen entenderme primero tendría que haber escrito un diccionario. En ese diccionario las palabras no habrían estado ordenadas alfabéticamente sino por secuencias lógicas, antes de grito, seducción; después de grito, agonía, después nada. Definición de nada: lo que permanece debajo del vestido.
Si mi padre pudo darse el lujo de versear fue sólo porque su visión del mundo coincidió con el mundo y no como él creía, no existe ninguna relación entre la sangre derramada y la literatura.

Tomado del blog Esta que ves

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