martes, 9 de agosto de 2011

Después del frío - Hernán Dardes


Con la mañana habían vuelto algunas luces. En el lento transitar por ese suelo que pesaba desafiando la gravedad, necesitaba empezar a construir una nueva rutina. Encendí la radio y giré el sintonizador al azar. Un ángel de Harlem me detuvo y me ordenó no dar explicaciones; obedecí. La música me transportó a un lejano paraíso que algunas torpezas y un par de ingratitudes habían borrado de mi memoria. Iba a imbuirme en ese trance pero mis pulmones reclamaban el aire ausente desde que el silencio y la sombra empezaron a sobrevolar los días. Abrir la ventana significó sacrificar la manivela oxidada, que se despedazó en mi mano y le devolvió un color cobrizo que me estremeció. Me volví y los rayos brillantes revelaron la presencia de un polvo estelar que impregnó de una vaga idea de vida a esa habitación desolada. Los sonidos de la calle se entrelazaron con algunos zumbidos que ahora volvían a resonar en mis oídos espantados. La mesa desvencijada, la botella volcada y una frutera vacía me recordaron un dibujo torpe, repetido y destrozado una decena de veces durante noches de viajes a la deriva y el cuerpo anclado en el infierno. Mientras la voz lejana y raída seguía desgarrándose en mis oídos, yo empezaba a vaciar el pequeño bolso atestado de algunos trapos, unos pocos jarros y unas cuantas desgracias. Tenía que saber aprovechar ese momento. La noche había durado más de tres años y ese amanecer podía esfumarse en un puñado de segundos.

Sobre el autor: Hernán Dardes

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