
El primer contingente de humanos llegó a Tercícope, el planeta habitado que orbita el sistema binario de Rigil a treinta y siete millones de kilómetros de la tierra e hicieron el primer contacto con los nativos. Los invitaron a desembarcar en su mundo y en la primera recorrida descubrieron objetos que les eran demasiado conocidos.
—No teníamos idea de que hubiera copias de nuestros monumentos en un lugar tan distante —dijo el capitán Kubric.
—¿Copias? —dijo el embajador que se les había otorgado en un perfecto cantones, el idioma universal de la tierra—. Pagamos un alto precio para obtener los originales. Pueden ver aquí los otros —les mostró en una pequeña pantalla pinturas, edificios y monumentos—; están en otros sistemas pero podemos visitarlos.
—Pero la Torre Eiffel, Abu Simbel, la Pirámide del Sol, el Duomo, no pueden ser originales, nunca salieron de la tierra. —protestó el capitán.
—Sin embargo, los documentos y los títulos de propiedad dicen lo contrario. Desembolsamos por ellos una colosal cantidad de oro y metales que ustedes consideran preciosos. Pero no se preocupen, sus gobiernos están al tanto y nosotros somos grandes admiradores de sus obras, nunca estarán mejor cuidado que en nuestros mundos.
—Pero, ¿y los que están en la tierra, quiere decir…? —el capitán se interrumpió atragantándose con sus propias palabras.
—Esas sí son copias, pero de muy buena calidad, excepto la Estatua de la Libertad, que se perdió durante el viaje y hubo que reemplazarla de urgencia con una muy precaria hasta que tengamos la definitiva.
—Esas sí son copias, pero de muy buena calidad, excepto la Estatua de la Libertad, que se perdió durante el viaje y hubo que reemplazarla de urgencia con una muy precaria hasta que tengamos la definitiva.
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