Mientras probaba mi nuevo traje presurizado en el Pitón de
la Fournaise, la terrible erupción del volcán me lanzó de la superficie de
la Tierra a la de
la Luna. ¿Qué probabilidad hay de que un hombre sobreviva a semejante viaje? Ninguna. Cero. Pero allí estaba yo, y por fortuna había caído en una caverna donde había agua y aire embolsado para treinta años. Era una proeza de alcance inusual aunque sin testigos. Y ese solo pensamiento me sumió en la más oscura miseria, más aún, tal vez, que descubrir que las posibilidades de que en
la Luna se produjera una erupción análoga, capaz de devolverme a mi planeta de origen, eran menos que nulas.
qué buen cuento...y qué terrible la situación del protagonista...un abrazo...
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